Noviembre sin violencia: Violencia laboral (II)
Hoy publicamos nuestra segunda entrada desde el Área de Mujer de IU Burgos. Esta vez hablaremos de una perspectiva de la violencia también invisibilizada que viene a ser la de las distintas situaciones laborales en que puede encontrarse una mujer a lo largo de su vida y como muchas de estas situaciones dejan ver un trato de absoluta desigualdad con respecto a los hombres, y por tanto, producen violencia económica.
Para hablar de desigualdad laboral entre mujeres y hombres voy a comenzar con unas cifras muy elocuentes por sí mismas:
– Brecha salarial: 23 % (las mujeres tienen que trabjar 84 días más que un hombre al año para percibir igual salario)
– Tiempo dedicado a las tareas domésticas: 5 horas 59 minutos (mujeres)
2 horas 20 minutos (hombres)
– Inactividad laboral por razones familiares: 96,5% (mujeres)
3,5% (hombres)
– De cada 27 mujeres que abandonan su puesto de trabajo por razones familiares lo hace un hombre.
– Jornadas a tiempo parcial: 6% (del total de hombres activos)
23% (del total de mujeres activas)
¿En qué traducimos estos datos cuando hablamos de violencia laboral y económica contra las mujeres? Empecemos por la brecha salarial: trabajamos más para percibir el mismo salario que un hombre. A esto hay que sumarle que la incorporación femenina al mercado laboral es mucho más difícil (más en tiempos de crisis) Los trabajos remunerados de las mujeres son en peores condiciones y con salarios más bajos: es decir, las mujeres somos más pobres trabajando en peores condiciones laborales. La mayoría de nuestros contratos son parciales (en gran medida debido a la asunción del trabajo en el hogar y los cuidados) Por último, el abandono del trabajo remunerado para dedicarse al hogar y los cuidados nos confina al espacio privado y da un problema añadido: el del mantenimiento económico por parte del varón.
Una vez excluídas del mercado laboral por dedicarnos a los hijos/as y las tareas del hogar y en situación de total dependencia económica, la reinserción posterior al trabajo remunerado nos resulta imposible. Además el no percibir salario, nos deja sin acceso a la Seguridad Social y consecuentemente a no recibir pensión alguna en el futuro.
La conciliación, aquel gran paso de los gobiernos progresistas no deja de ser un espejismo escrito sobre papel mojado. No existen mecanismos para conciliar vida laboral y familiar si no es con un gran esfuerzo de las mujeres, que renuncian a sus vidas laborales o bien se dan a una doble jornada de trabajo, remunerado y no remunerado (pensemos en lo que esto conlleva: falta de ocio y cuidados para el bienestar personal así como la dejación de asuntos de participación ciudadana -las mujeres están en mucha menor medida en estos espacios que los hombres-)
Hablamos de violencia económica por que los mecanismos de la desigualdad en el mercado laboral (brecha salarial, techo de crsital, empleos parciales…) nos abocan a una creciente miseria (la crisis se ceba especialmente con quien está en situaciones de inferioridad) La miseria tiene cara femenina.
Por útlimo, hacer hincapie en la necesidad de la coresponsabilidad. La conciliación sólo nos lleva a la esclavitud de las dobles jornadas, pero no soluciona el problema enquistado de situarnos en el rol de madre y ama de casa, tampoco soluciona nuestra eventualidad y parcialidad laboral. El sistema patriarcal está interesado en que las mujeres sigamos haciendo un trabajo por el que no se nos paga ni se nos reconoce, situándonos en la esfera privada y por tanto, sacándonos de la vida colectiva y pública. La coresponsabilidad por un lado y la obligación legislativa de situar los mismos parámetros en la vida laboral así como abrir el debate sobre las labores del hogar y su situación en el mercado laboral (Seguridad Social, salario…) son el camino que las personas que luchamos por la igualdad debemos seguir.
La semana pasada comentábamos como la violencia comenzaba en los estereotipos, los medios, la cultura… Sigue por nuestra reducción de espacios y tiempos y por nuestra dependencia económica, por la esclavitud de las más pobres. Las mujeres trabajamos más, pero somos más pobres y esa es una violencia silenciosa que si no atajamos nunca acabará con el resto de violencias.